miércoles, 22 de agosto de 2012

Te odio. Odio las canciones de amor que traen tu recuerdo a mi casa. Las ganas de verte. Y odio el cielo en tu rostro, y las dudas de echarte al olvido o llamarte para contarte, qué se yo, que sigo existiendo. Que te odio por fin, que no sé si el mundo resiste sin vos. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio. Te odio. Odio la mañana sin café, el café sin planes, sin ti, y en ayunas perdura tu aroma, y lo odio. Envuelto en papel de colores te envío bengalas, rencores. Quizás recuerdes así que te odio. También tu sonrisa y la brisa arañando tu piel, y mi corazón ya de paso. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio. Este viejo odio que hiela los jazmines, ama tu figura aborrecible. Y así, si te marchas, quedan los rencores para recordarme las razones de por qué me sos imprescindible, de por qué te extraño, aunque me olvides. Te odio. Odio tu belleza y a mí. Me odio al saberme tan lejos del viejo camino andado, rastreando hadas y cometas, la estrella prendida en tu pelo. Maldito lucero. Lo odio. Odio odiarte tanto, saber que te encontras perdido y la vida me impide encontrarte. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio. Yo odio perseguir tu rastro, cansada en este laberinto. Cual hijo de Ariadna, tus huellas me llevan hasta el dulce tiempo de besos, promesas. Lo odio. Soy tan feliz a tu lado que odio que ya no estés cerca, y empieza a cansarme este odio. Quizás si tuviera tus manos... Pero te odio tanto, tanto, tanto, tanto.

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