jueves, 1 de septiembre de 2011


Todas las noches que me mato, resucito con el desayuno. Solo me calmo si salgo a la selva y me pierdo por un rato sin rumbo. Ya no le busco la vuelta, ya sé bien a que huele lo que me duele, y lo que me gusta; lo que me suelta, lo que me tienta y lo que me asusta.

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