viernes, 14 de diciembre de 2012


No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor. De urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca. Y del insoportable que soy yo, sin ti. Muero de ti y de mí, muero de ambos, de nosotros. De ese desagarrado partido. Me muero, te muero, lo morimos. Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío. En el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza. Y mi mano en tu mano, y todo, yo te sé como yo mismo. Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí, y en el lugar en el que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima. Y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada y, cierto, interminable. Morimos, lo sabemos, lo ignoran.Nos morimos entre los dos, ahora separados del uno al otro, diariamente. Cayéndonos en múltiples estatuas, en gestos que no vemos, en nuestras manos que nos necesitan. Nos morimos amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulces y vivos, en tu carne sin fin. Muero de máscaras, de triángulos oscuros e incesantes. Muero de mi cuerpo, y de tu cuerpo, de nuestra muerte. Muero, morimos. En el pozo de amor a todas horas, inconsolable, a gritos dentro de mí, quiero decir, te llamo, te llaman los que nacen, los que vienen de atrás, de ti, a los que a ti llegan. Nos morimos amor, y nada hacemos si no morimos más hora tras hora, y escribirnos, y hablarnos, y morirnos...

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